El León Alado y la Bendición de la Fertilidad

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Una suave brisa agitaba la hierba alta de la sabana, levantando a su paso una pluma de un color dorado pálido. La pluma danzó un instante en el aire, antes de descender lentamente hacia el suelo reseco, como si vacilara en abandonar la libertad del cielo.
Bajo la sombra de un árbol de acacia, un león de imponente melena rojiza entreabrió los ojos, sus pupilas dilatadas con una anticipación ancestral. Una corriente eléctrica recorrió su espinazo al percibir los aromas que flotaban en el aire, preñados de promesa y necesidad. Pensó para sí: "Ha llegado el momento…".
En una clara del bosque, donde los rayos del sol se filtraban entre el denso follaje, dos leonas descansaban plácidamente. Una de pelaje amarillo ocre, de ojos penetrantes y actitud curiosa; la otra de un tono café terroso, de andar sosegado y mirada prudente. Eran hermanas, unidas por la sangre y las experiencias compartidas. De repente, una ráfaga de plumas doradas revoloteó a su alrededor, desprendiéndose de las copas de los árboles con un suave rustle.
"¿Qué es eso, hermana?", preguntó la leona café, con un deje de alarma en su voz. La amarilla inhaló profundamente, dilatando sus fosas nasales. "Huele a macho, pero...hay algo diferente en él. Es... elusivo, pero...". Un temblor sutil recorrió su cuerpo al pronunciar estas palabras.
De entre las sombras de los árboles surgió una figura majestuosa: un león de porte real, con una mirada dorada capaz de incendiar el alma. Plumas de color miel danzaban a su alrededor, suspendidas en el aire como motas de polvo brillante. "¡Saludos, damas!", exclamó el león, su voz grave y resonante como el rugido de una tormenta lejana.
La leona amarilla quedó hipnotizada por su presencia. Su mirada descendió instintivamente hacia la parte trasera del león, donde se revelaba una virilidad exuberante. "Son enormes...", murmuró con un hilo de voz, sintiendo un calor desconocido que comenzaba a extenderse por todo su ser.
"¡E-Eh! Hermana, ¡aléjate de él!", espetó la leona café, con una mezcla de celos y temor en sus ojos. El León, como si no escuchara el reclamo, respondió con una sonrisa torcida "tienen mi bendicion".
El león se acercó a la leona amarilla y le acarició el lomo con su enorme pata, su tacto transmitiendo una corriente de energía salvaje e incontrolable. "Perfecta…", siseó, mientras la leona se arqueaba hacia su tacto, elevando su trasero en una invitación descarada. Un líquido transparente comenzó a gotear de su vulva, anunciando el despertar de un deseo largamente dormido.
En la penumbra, la leona café se desplomó sobre sus patas traseras, con un sonrojo carmesí tiñendo sus mejillas. Daba la espalda a la escena, avergonzada pero a la vez irremediablemente atraída. También ella notó un fluido que corría por sus entrepiernas y sintió ese deseo recorrer cada poro de su piel. "Este sentimiento… ¡Mi celo no debería estar tan cerca!", pensó, presa de la confusión y el anhelo.
El león comenzó a lamer la vulva de la leona amarilla, un gesto primario y desinhibido que la hizo gemir de placer. Ella cerró los ojos y se abandonó por completo a las sensaciones, sin resistirse a la oleada de excitación que la invadía.
El león, con la cara cubierta de los fluidos de la leona, lamió las secreciones adheridas a su hocico, saboreando el elixir de la vida. "Hmm...funcionó", pensó, satisfecho.
Sin mediar más palabras, el león penetró a la leona amarilla, su potente miembro llenándola por completo. Ella jadeó, abrazando la intensidad del momento, dejándose llevar por el instinto y la pasión desatada.
Tras alcanzar el clímax, el león permaneció sobre la espalda de la leona, su cuerpo aún temblando por la descarga de placer. El semen escurría de su interior, fecundando su vientre con la promesa de una nueva vida. "Bueno, no eres más que una joya preciosa", ronroneó el león, "Producirás cachorros encantadores".
"P-Por favor...", se oyó una voz entrecortada, proveniente de la sombra.
La leona café, con el rostro encendido por la lujuria reprimida, asomó tímidamente su cabeza. "...¡¡Yo también!!", exclamó, implorando ser partícipe de aquel frenesí.
En otra parte de la sabana, un león negro de melena oscura y ojos de obsidiana se movía con sigilo entre la maleza. Una pluma dorada yacía sobre la hierba, atrapada por las briznas secas. "Llegan tarde...", gruñó el león negro. "¿Y qué es ese extraño olor…? ¿Una pluma…?"
De pronto, una voz grave resonó a sus espaldas. "Hey".
El león se giró sobresaltado y lo que vio lo dejó estupefacto: El León Alado (Mario), con una sonrisa socarrona en el rostro, sostenía entre sus garras a la leona café. El león la había penetrado y ella tenia una expresion de completo placer, Mario dijo "¿Estas son tus hembras?" (Mario: (el león protagonista))
Una mirada más de cerca reveló un espectáculo de placer carnal: las partes íntimas de la leona café rodeadas por un líquido lechoso, testimonio de la pasión desbordada del León. Sus fluidos brotaban incontrolablemente del interior, como una cascada de placer.
El León Alado, ahora erguido sobre sus cuatro patas, contempló al león negro con ojos llameantes, su pene goteando la esencia de la vida. "Llévame con el resto de tu manada y te concederé mi bendición", sentenció.
A lo lejos, dos panteras observaban la escena con cautela. La pantera de pelaje gris oscuro (Antonia), anciana y experimentada, permanecía sentada sobre sus patas traseras, acicalándose el pelaje con su lengua áspera. La pantera de pelaje gris claro (Liliana), más joven y de movimientos ágiles, miraba fijamente en dirección al León. "¿Madre…?", preguntó Liliana con voz temblorosa, "¿Quién es ese gran león?". (Antonia: la pantera gris oscuro)(Liliana: la pantera gris claro)
Antonia (la pantera gris oscuro), apartó la mirada de su aseo y fijó sus ojos cansados en el forastero. "Esos… esos ojos…", murmuró, presa de un escalofrío.
Antonia (la pantera gris oscuro), cerró los ojos con fuerza y ordenó: "¡No lo mires!"
El León Alado dio un paso adelante y su pata comenzó a crecer desproporcionadamente, irradiando una energía mágica e incandescente.
De su enorme zarpa brotaron llamas doradas, un poder ancestral desatado sobre la sabana. El león comenzó a acercarse, le dijo: ¿por qué resistirse cuando sabes lo que puedo darte?.
Antonia (la pantera gris oscuro), entreabrió un ojo, atemorizada y cautivada a la vez.
El León Alado (Mario) acarició el vientre de Antonia (la pantera gris oscuro) con su poderosa pata. En el lugar donde la tocó, apareció un símbolo brillante, una llama estilizada con tres puntos en su interior, rodeada por un círculo intrincado.
Antonia (la pantera gris oscuro) cayó al suelo, postrada sobre su espalda, con su vulva palpitante y sedienta de contacto. "Han pasado... años desde mi último celo…", gemió con voz ronca, su cuerpo consumido por un fuego desconocido.
El León Alado (Mario) se situó sobre Antonia (la pantera gris oscuro) , su cuerpo encajando a la perfección. La penetró con suavidad pero con firmeza, inundándola de placer y vida. Antonia, con una expresión de éxtasis en su rostro, aferró con una de sus patas la garra del león que descansaba a su lado, en señal de entrega y agradecimiento.
Liliana (la pantera gris claro) , montó sobre la espalda del León Alado (Mario) y éste, mientras aún permanecía dentro de Antonia, volteó a ver a la joven pantera y le preguntó: "¿Contenta de tener nuevos hermanos?".
Liliana (la pantera gris claro) lamió su hocico, mostrando una sonrisa traviesa. "Solo si me das a sus sobrinos y sobrinas", respondió con picardía.
En un pequeño recuadro, la pata del león acarició la cara de Liliana que se mordía el labio por el placer y la apretó a la garra, en señal de deseo. El león le dijo: tu turno. Ahora. Levanta ese bonito trasero para mí..
Liliana (la pantera gris claro), con sus patas delanteras apoyadas en la hierba, arqueó su espalda y elevó su trasero, ofreciendo su vulva goteante al León Alado (Mario) en un acto de sumisión y deseo. "P-Por favor… ¡hazme madre!", suplicó, con los ojos cerrados y el cuerpo tembloroso.
Liliana (la pantera gris claro) yacía sobre su vientre, rendida al placer, mientras el león se movía sobre ella, su semilla de vida fluyendo en su interior. "Llenaré tu barriga con mi camada", ronroneó el león. "¡Sí! ¡Por favor! ¡Hazlo!", exclamó la pantera, presa del delirio.
El León Alado (Mario) entrecerró los ojos, saboreando el momento. "Otra barriga para mi semilla… y… nn… i… i… nnn…"
De repente, el león cayó desplomado sobre el suelo, emitiendo un sordo thud.
"¿Uh…? ¿Está bien?", se oyó la voz preocupada del león negro.
El león negro, parado junto al león, esperó a que se levantara. cuando al fin abrió los ojos, le dice, que bueno verte regresar a tamaño normal. las chicas traerán algo de comida pronto. oh y... podrías haber pedido unirte a la manada por cierto...
El León Alado (Mario), aún aturdido, se disculpó. "Lo siento. No puedo quedarme. Se acerca una guerra. Los cachorros que engendré hoy jugarán un papel importante. Un destino que no puedo evitar".
El León Alado (Mario) extendió sus alas enormes, desplegando un poder celestial sobre la sabana. "Pero concedo a vuestra manada una última bendición: un hechizo de protección para asegurar vuestra seguridad Y permitiros seguir viviendo en esta tierra fértil. Para daros las gracias, Y pediros perdón".
Un año después… La pradera bullía de vida y alegría. Dos jóvenes panteras jugaban y reían, persiguiéndose entre la hierba alta. "¡Vamos, hermana… eso no es justo!", gritó una de ellas, en medio de la carrera.
Una de las panteras (hija de la pantera gris claro o la pantera gris oscuro) tenía unas preciosas alas de murciélago que movía torpemente y no sabía usar bien; la otra tenia plumas que salian por sus patas que dificilmente la dejaban correr con la normalidad: la que no tenía alas reclamaba a la alada. no puedes usar tus alas para ganar!, ¡es trampa!
La pantera alada, tras alzarse con la victoria, volteó a ver a su hermana con una sonrisa triunfal. "¡Nunca te fíes de tu oponente!", exclamó, antes de echarse a reír.
Más tarde, al caer la tarde… Un león de aspecto monstruoso, con cuernos retorcidos y espinas afiladas por todo el cuerpo, acechaba en los límites de la pradera.
"La barrera es tan fuerte como siempre. ¡Padre tendrá que saber esto!", gruñó el león deforme, con la mirada fija en el horizonte. En una esquina del panel hay escrito esto: El comienzo… (se refería al comienzo de la guerra que se venía).